domingo, 18 de marzo de 2012

LA CASONA SOLITARIA



El nacimiento de Puerto Ordaz (en la foto) fue solemne, rápido y ardoroso. Ciudad Bolívar a través del Orinoco y San Félix, a través del Caroní, constituían entonces los puntos de partida y regreso para la cáfila de técnicos y obreros comprometidos en levantar las primeras viviendas de la flamante ciudad, en zonas clasificados con letras según el oficio y rango profesional de los trabajadores. Así, en el Campo C, se construyeron la de los norteamericanos, entre ellas, la que debía ser residencia oficial del presidente de la Orinoco Mining Company, llamada desde un principio “La Casona”, en la que excepto Mister Mack C. Lake casado con su bella secretaria criolla, no quiso habitar otro sucesor, ni siquiera los vicepresidentes. La casa más hermosa fue siempre una eterna solitaria. En torno a ella los obreros dieron rienda suelta a su imaginación especulativa. Hasta la consideraron una “casa embrujada”, pero en el fondo no había otra razón que la del prejuicio social o racial. Lo mismo le ocurrió a Pedro Schaefli cuando contrajo matrimonio con una criolla, lo despidieron de la Casa Blohm, de raigambre y vitalidad germana.

Pero en Ciudad Bolívar también ocurría lo contrario, un criollo pardo casado con una mujer alemana. Tal es el caso de Juvenal Herrera casado con Nora Wulff (Reina de la Tercera Feria Agropecuaria del Estado Bolívar), lo que llevó al germano de su padre decir, según la lengua de Camilo Pefetti, “yo entender Juvenal querer mejorar su raza, lo que no entiendo es a mi hija”.

Manuel Alfredo Rodríguez, tan pardo como Juvenal, también buscó “mejorar la raza” se casó nada menos que con una noble inglesa de nombre Beatriz Muir de Bertrán de Lis que, por supuesto, carecía de tales prejuicios sociales o complejos.

Notamos por esos dos ejemplos que los pardos no odiaban a los blancos sino todo lo contrario, querían disfrutar de los mismos privilegios e ir más allá, mezclarse con ellos tras la cúpula matrimonial, y así ha sido en Guayana como en el resto de Venezuela todo el proceso social.

A Manuel Alfredo Rodríguez le preocupó profundamente la situación racial tal vez desde su frustrado enamoramiento con la niña Requesens de la clase social distinguida bolivarense y no quiso dejar pasar por alto el tema sin antes haberlo tratado en una ocasión tan ideal como cuando lo eligieron numerario de la Academia Nacional de la Historia. Su discurso de incorporación fue sobre “Los Pardos Libres en la Colonia y la Independencia”, contestado por el académico Ramón Tovar López.

La discriminación social en tiempos coloniales realmente tan fatal que la rigurosa jerarquización de aquella estructura social no se conformó con la ostensible diferencia planteada por el color de la piel sino que la extendió a la vestimenta; sin embargo el pardo libre no alentó odio sino que luchó por la igualdad y la justicia intuyendo que él era la materia prima del gentilicio venezolano como lo advierte el Libertador ante el Congreso de Angostura. Para Bolívar la mezcla de raza forma el tipo de venezolano: “Tengamos presente que nuestro pueblo no es el europeo, ni el americano del norte; que más bien es un compuesto de África y América que una emanación de Europa; pues que hasta la España misma deja de ser europea por su sangre africana, por sus instituciones y por su carácter. Es imposible asignar con propiedad a qué familia humana pertenecemos. La mayor parte del indígena se ha aniquilado, el europeo se ha mezclado con el americano y con el africano, y éste con el indio y el europeo. Nacidos todos del seno de una misma madre, nuestros padres, diferentes en origen y en sangre, son extranjeros, y todos difieren visiblemente en la epidermis: esta desemejanza trae un reato de la mayor trascendencia”.



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