domingo, 18 de marzo de 2012

LA PLANTA SIDERÚRGICA



Al año siguiente de las fundaciones de Puerto Ordaz y Ciudad Piar, ciudades soporte de la industria extractiva del mineral de hierro, el Gobierno Nacional decretó la creación de la Oficina de Estudios Especiales de la Presidencia de la República con el objeto de sacar adelante un Proyecto Siderúrgico que comenzó a hacerse realidad en 1955 al suscribirse un contrato con la Empresa Innocenti de Italia. 

Para la firma vino Ferdinando Innocenti, quien declararía en Roma, a su retorno de Caracas: “La firma de este contrato representa para Italia la mayor operación económica de su historia en el plano de las exportaciones y para Venezuela la mayor operación financiera después de los acuerdos petroleros en América del Norte”.

El 23 de febrero de 1956 comenzaron los trabajos de montaje de la Planta Siderúrgica del Orinoco con 130 obreros y numerosos técnicos italianos. Los que se convertirían en futuros sidoristas llegaron de todas partes, pero los primeros procedían de las islas y riberas del Orinoco, luego de abandonar sus sembradíos. Comentaría más tarde el presidente fundador Argenis Gamboa: “Los futuros sidoristas llegaron en canoa con una patilla de regalo debajo del brazo y así los íbamos empleando”.

A parir de allí la Planta Siderúrgica comenzó a extenderse como un sembradío de sandías y ya en 1962 estaba produciendo arrabio, hierro, acero colado y tubos sin costura. Luego vendrían los tubos centrifugados, la planta de productos planos, Planta de Pellas y Planta de reducción directa. En 1985 cuando la visitó del Papa Paulo II, la Planta contaba con15 mil trabajadores, el 86 por ciento de la fuerza laboral dedicada a la producción y el 14 por ciento el área administrativa. 

Dentro de aquel ambiente de calor y fogaje, sin más paisaje a cierta distancia que la artística escultura cambiante de Alejandro Otero, no escapaba la conducta sensible del trabajador frente a sucesos inesperados como el de algún animal extraviado entre aquellas estructuras de hierro y acero. En la Sección de Comunicaciones, Deporte y Desarrollo Personal de la Planta Siderúrgica, por ejemplo, se apareció un gato realengo que allí encontró su acomodo y el personal, en vez de erradicarlo del área, lo tomó de mascota prodigándole toda clase de cuidos. Cada sidorista que regresaba del comedor de la Planta se sentía como obligado a compartir algún manjar de su almuerzo con el tímido felino.

Y si tanto dio qué hablar la conmovedora conducta de estos sidoristas que solían compartir su alimento con un félido morrongo, también ocurrió lo mismo cuando la más elevada dignidad de la Iglesia Católica (29 de enero de 1985) compartió su almuerzo y su palabra con el obrero Virgilio Pérez Hernández. 

Todos los trabajadores lo recuerdan, sobre todo aquella frase memorable: “El trabajo, hijos míos, dignifica”. En aquella inolvidable ocasión del Papa Juan Pablo II de visita en Sidor, a Virgilio se le disipó el estado de nervios en que lo había sumido la notificación temprana de que debía estar al lado del Sumo Pontífice durante un almuerzo con los trabajadores. Nunca se imaginó que el Papa fuera tan sencillo como ellos y trasmitiera esa confianza que lo llevó a colocarle en su cabeza el casco de subvenir que el presidente César Mendoza había puesto en sus manos: “Perdone, Su Santidad, pero le queda mejor así”. Entonces el Sumo sacerdote le respondió sonriente: “Ahora sí soy sidorista!”.

El ser presa de los nervios en circunstancias como ésta, no le ocurre sólo al habitante común, sino también a la gente recia de Sidor, pero luego esa gente se recupera si tiene capacidad para entender que todos somos de carne y hueso, sea santo o héroe.



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